Arte
MORIR UNO MISMO
Lo que más me irrita del hecho de morirme es que dejaré un libro a medio leer, sin terminar, sin saber cómo acaba. O dos, que tengo la perniciosa costumbre de leer varios libros a la vez, y encima, con libreta y pluma a mano.
DESCONTEXTUALIZACIONES
Hace unas semanas, cuando, oh gentes, comenzabais vuestras vacaciones y yo seguía con las mías que sólo la muerte cortará, vi un vídeo que una amiga había colgado en su lugar de Facebook. El vídeo resumía en dos minutos y cuarenta y dos segundos del tercer movimiento todo el concierto para flautino (o flautín) y orquesta en Do mayor, RV 443, de Antonio Vivaldi, interpretado (algo lento para mi gusto) por Lucie Horsch.
Es publicidad, claro, publicidad de Decca, y que quede claro que lo que yo tenga en contra de la publicidad en general no va a ser relevante en este asunto, lo que me molesta en este -y otros muchos casos- es la manía de descontextualizar las cosas, así, sin más ni más, lo mismo aquí, digo, que en esas frases que aparecen por el nombrado Facebook y que, una vez descontextulizadas no dicen nada, queriendo decirlo todo, siempre algo muy profundo y que, de tan profundo queda ahogado en el más recóndito de los profundos pozos de la incuria. Esas frases vacías siempre vienen firmadas por personajes más o menos ilustres, como si la firma fuera suficiente para hacernos comprender la sapientísima intención del descontextualizador de turno.
Recuerdo un estúpido anuncio de una colonia o perfume o algo así (hay que ver cuánta majadería en el mundo del perfume ¿eh?) que descontextualizaba a Paul Èluard con aquello de Hay otros mundos, pero están en éste… ¿Y qué coño tiene que ver esta frase con que una o uno prefiera oler a jacintos en vez de a sí mismo? El texto, que no es de Éluard sino que es cita de una cita y que se suele atribuir a Yeats o a Rilke, dice literalmente:
Il y a assurément un autre monde, mais il est dans celui-ci et, pour atteindre à sa pleine perfection, il faut qu’il soit bien reconnu et qu’on en fasse profession. L’homme doit chercher son état à venir dans la present, et le ciel, non point au-dessus de la terre, mais en soi.
Está la frase en el Alma romántica y el sueño, de Albert Béguin, que cita a Ignaz-Vitalis Troxler y que aparece en las Obras Completas de Paul Éluard (Edición de 1968, p. 986, primer volumen) y en su traducción al castellano dice más o menos así:
“Seguramente hay otro mundo, pero está en este, y para alcanzar su perfección total, debe ser bien reconocido y profesado”. El hombre debe buscar su estado futuro. en el presente, y el cielo, no sobre la tierra, sino en sí mismo.
He puesto de ejemplo esta frase que el publicista dejó en Hay otros mundos pero están en éste para anunciar un jodío perfume, porque siempre me pareció el colmo del manejo interesado de las fuentes, de la ya demasiado nombrada descontextualización. Y es que fijaos bien en lo que dice el texto completo: No hay cielos prometidos sino una única vida aquí, en la tierra y si el hombre quiere vivirla ha de hacerlo desde esa premisa y no de otra más o menos romántica, más o menos mágica. Eso dice, y no otra cosa. Ése es el mal y la mala intención que se tiene al descontextualizar.
Porque ¿Qué dicen dos minutos y pico de un concierto que en la interpretación de Lucie Horsch dura 16:20 minutos, periodo de tiempo muy superior a la media (de once a doce minutos) o a la rapidísima (que es la que más me gusta) versión de Anna Fusek, de 10:40 minutos? Nada de nada: el oyente desconocedor de este concierto quedará como antes o -sin saberlo- aún peor, con la sensación de no saber muy bien qué ha oído (que no escuchado).
En fin, no quiero abundar más en este asunto, que por cierto da mucho de sí, pero mi naturaleza perezosa es más fuerte: profundizad vosotros: yo me limito a pinchar un poco en superficie, que es lo mío.
Y en desagravio, os dejo el enlace de este concierto en Do mayor, RV 443, para flautín , cuerda y bajo continuo de Antonio Vivaldi en la interpretación de Anna Fusek, que lo fue en el contexto de un recital que dio con el Ensemble Kavka bajo la dirección de Anna Fusek, para la Televisión Checa en 2013 en el transcurso del Concentus Moraviae, 2013. El recital se hizo con obras alternas de Vivaldi y Bach terminando con éste de Vivaldi.
Y si alguien, movido por la curiosidad o el placer desea escuchar todo el recital en este salón barroco, no tiene más que acudir a este enlace:
Donde podrá disfrutar también de dos interpretaciones de Anna Fusec como intérprete (extraordinaria) de violín, una de ellas el concierto RV157 (minuto 20) y la otra, el concierto BWV1043 (minuto 35) ; Un lujo, queridas.
LA MELANCOLÍA SEGÚN ZELENKA
ALGO SOBRE BLAISE CENDRARS
Hablando Henry Miller de Cendrars con cariño y admiración viene a decir que la pista sobre el carácter de este último está en uno de sus textos, el titulado Une Nuit dans la Forêt, allí donde escribe De plus en plus je me rende comte que j’ai toujors pratiqué la vie contemplative. Hace hoy, más o menos unos cuarenta y tantos años que gracias a Miller leí ese texto, y hoy, después de tanto tiempo, yo también me doy cuenta de que me los he pasado practicando la vida contemplativa. También dice Miller de Cendrars que está más próximo a la naturaleza que al hombre, cosa que también me sucede a mí, que de sentir compasión por los humanos sería sólo porque están (o deberían estar) asumidos a la naturaleza, pero no lo están. Explica Joaquín Aráujo (entrevista en AVES Y NATURALEZA, nº 25, 2017, p.23) que el ser humano, en caso de querer salvarse Debería rebelarse primero contra él mismo, contra esa gigantesca equivocación de separarse de lo que es. Hay que rebelarse contra la comodidad, la velocidad artificial y el consumismo; contra una suerte de falsa independencia de la vida, pero dice también (p.22) que la máxima manifestación del machismo más ignorante es la destrucción de la naturaleza, porque se agrede a una condición femenina que está en los paisajes desde una exhibición de fuerza y desde la seguridad de que no va a haber respuesta. Es una cobardía doble.
Blaise Cendrars (Frédéric-Louis Sauser, 1887-1961) quiso ser pianista, pero también quiso ir a la guerra y, en 1915, le tuvieron que amputar su brazo derecho por encima del codo, y como no era Paul Wittgenstein, que también se fue a la misma guerra y también perdió un brazo, Ravel no pudo componer para él otro Concierto para la mano izquierda en Re menor, ni mayor, puesto que Cendrars decidió estudiar a Schopenhauer, donde descubre que El mundo es mi representación (El Mundo como Voluntad y Representación. Arthur Schopenhauer, 1819), de manera que se dedica a viajar, a observar, a mentir con inteligencia y sin daño, a escribir poesía: a hacer de su vida un largo y bello poema.
Escribe también prosa, pero es poesía encubierta; leí en 1974 su Hombre fulminado (L’Homme Frondoyé, 1945), mi primer libro cendrarsiano; lei muchos más a lo largo de aquella juventud tormentosa, viajera y a veces falsa que viví y bebí, todo ello en cantidades industriales: leí La Guerre au Luxembourg, leí J’ai tué (He matado), leí Panamá, leí L’or, la mervelleuse histoire du Général August Suter, la historia de un hombre arruinado por el descubrimiento de oro en sus tierras y que si lo leéis veréis cuán está relacionado el oro con el retrete, leí Una Noche en la selva como he citado al principio de este errático artículo, leí La mano cortada, leí algunos más, pero sobre todo, muy por encima de todo leí en las dos lenguas Prose du Transsibérien et de la Petite Jeanne de France (Prosa del transiberiano y de la Pequeña Jeanne de Francia); lo leí y lo leo continuamente (vive en la estantería de al lado de mi cama), que está dedicado a los músicos, y que comienza así de bien (traducción estupenda de Adolfo García Ortega. Edición no venal de Ediciones del Taller, 1993):
En aquel tiempo yo estaba en plena adolescencia
Tenía dieciséis años y había olvidado mi infancia
Me encontraba a 16.000 leguas de donde nací
Estaba en Moscú, en la ciudad de los tres mil campanarios y de las siete estaciones
Y no tenía bastante con siete estaciones y tres mil campanarios
Porque mi adolescencia en aquella época era tan alocada y ardiente
Que mi corazón unas veces ardía como el templo de Éfeso y otras como la Plaza Roja de Moscú
Cuando el sol se oculta.
Y mis ojos alumbraban viejos caminos.
Y yo era entonces tan mal poeta
Que no sabía llegar hasta el final de las cosas.
¿No es un gran comienzo? ¿no dan rabiosas ganas de seguir leyendo?
Sin embargo, no he leído jamás la novela que todos quieren leer y que algunos aseguran haber leído, La leyenda del Novgorod o del oro gris, escrita por incitación de un bibliotecario de San Petesburgo (donde aseguró haber trabajado de joyero), Sozonov que inmediatamente traduce el texto al ruso y del que imprimió dizque catorce ejemplares, así que Cendrars inventó a Borges antes de que Borges se inventara a sí mismo; más tarde, un poeta contó que había visto el libro en una librería en Bulgaria, pero ésa ha de ser otra historia. Nadie más lo ha visto nunca. O nadie lo ha dicho, así que nadie sabe qué es el oro gris ni qué decía su leyenda. pero sigo con el poema que publicó conjuntamente con la pintora Sonia Delaunay (1885-1979), simultaneísta nacida en Ucrania. El poema así expuesto midió el día de su exposición
dos metros de longitud y causó una tremenda polémica. ¡Ah, que tiempos aquellos en los que el arte
causaba polémica, escándalo incluso. ¿Qué fue de las polémicas, qué música, lienzo, poema nos salvará? ¿En qué punto de esta opaco, pacato, y estúpido mundo estallará un big bang artístico que nos libere del aburrimiento, la corrección política, la banalidad y la venalidad? ¿Viviré yo entonces? ¿Viviréis vosotros?
¿Qué fue de tanto galán?
¿Qué fue de tanta invención
como traxieron?
Pero decía que seguía con el poema y me distraigo con cualquier cosa, ésa es mi vida: veo aquí y allá y en cualquier lugar me detengo:
…El Krémlim era como un inmenso pastel tártaro
De oro sabroso, Con las grandes almendras de las catedrales completamente blancas
Y el dorado almíbar de las campanas…
Un anciano monje me leía la leyenda de Novgorod
y yo tenía sed (…) Y mis manos volaban también con un rumor de albatros
Y éstas fueron las últimas reminiscencias del último día
Del ultimísimo viaje
Y del mar.
¿Lo veis? Seguiría leyendo mientras la niebla, fuera de mi ventanal, borra el mundo y apaga su lamento, pero no puede ser así, tendréis que ser vosotros quienes corráis a la librería, a la biblioteca a por el poema y beberlo de un trago porque
Yo, el mal poeta que no quería ir a ninguna parte, podía moverme a mi antojo (…) Y sin embargo, y sin embargo Estaba triste como un niño Los ritmos del tren La asombrosa presencia de Jeanne
(Jeanne aparece aquí, junto con la browning y un hombre que se paseaba con unas gafas azules.)
Del fondo de mi corazón las lágrimas acuden Sí pienso, Amor, en mi amante;
La define pero no la define:
No es más que una niña, rubia, risueña y triste (…) Pero en lo hondo de sus ojos, cuando te deja beber en ellos,
Tiembla un dulce lirio de plata, la flor del poeta.
El poema sigue y sigue y sigue por soles y lágrimas, por su madre tocando al piano -como Madame Bovary- las sonatas de Beethoven. Ellos, él y la pequeña Jeanne viajan y viajan…
Estamos lejos, Jeanne, llevas siete días viajando Estás lejos de Montmartre, de la colina del Sacré-Coeur que te amamantaba y en la que te acurrucabas
París ha desaparecido y de su enorme brasa Sólo restan ininterrumpidas cenizas
Y mientras este largo viaje continúa Cendrars viaja también en su mundo real y ficticio, conoce a Chagall, de quien quedará prendado para siempre, conoce a Modigliani, quien pintará su retrato, a Csaky, a Arjípenko y, como he dicho por ahí arriba, a Delaunay, Sonia y Robert; se alistó en la Legión Extranjera, se fue a la guerra, perdió un brazo, viajó a Brasil donde conoció Cicero Dias, a África, conoció a Fernand Léger, quien ilustró J’ai Tué, el hermoso libro necesario, trabajó en el cine como actor y como guionista, mintió como un bellaco inteligente, bondadoso y poético, se enriqueció y vivió siempre arruinado, pero sobre todo tuvo la gran invención de hacerse francés siendo suizo: eso no tiene precio, amigas.
“Dime Blaise, ¿estamos muy lejos de Montmartre?
Es el mantra de Jeanne a lo largo del poema, el verso que es hilo y puntada del poema, pero
Huyen las ruedas vertiginosas las bocas las voces Y los perros del infortunio que ladran pisándonos los talones (…) Somos una tormenta en el cráneo de un sordo… (…) Somos aquellos a quienes han amputado el espacio Caminamos sobre nuestras cuatro heridas Nos han cortado las alas Las alas de nuestros siete pecados Y todos los trenes son los juguetes del demonio
Hay que acabar, hay que acabar: sufro demasiado según se acerca el final del poema. Demasiado.
“Blaise, dime, ¿estamos muy lejos de Monmartre?
Te compadezco, te compadezco ven a mí voy a contarte una historia
Ven a mi cama Ven a mi corazón Voy a contarte una historia… (…) Jeanne Jeannette Ninette La De Los Dos Limones niní ninón
Cariño miamor minovia mipotosí
Querría no haber hecho nunca los viajes que he hecho Esta noche un gran amor me atormenta
Y a mi pesar pienso en la pequeña Jeanne de Francia. En una noche de tristeza escribo estos versos en su honor
Jeanne La pequeña puta Estoy triste estoy triste Iré al Lapin agile para recordar mi juventud perdida Y beber unos cuantos vasos
Luego regresaré solo
París
Ciudad de la Torre única del gran Patíbulo y de la Rueda. No sigo, no sigo: a mí también me mata la tristeza, esta última niebla de la tarde, de este fuscolusco del noroeste.