LA EPOPEYA DEL CLAN TAKEDA

Acabo de terminar la emocionante lectura de la novela de Yasushi Inoue titulada Furinkazan, La epopeya del clan Takeda, estupendamente editada por Sexto Piso (2014) y traducida por Gustavo Pita Céspedes. De esta traducción, que me ha parecido muy agradable, sólo tengo que destacar en su contra la expresión «asignatura pendiente» (p. 51) que me parece nada adecuada al texto que nos ocupa y -por supuesto- nada japonesa y nada elegante. Por lo demás, lo dicho. Está (la edición) profusamente anotada, a veces de forma inane, pero las notas están (afortunadamente) agrupadas al final con lo cual si uno es de esos lectores compulsivos (como es mi caso) sólo ha de hacer un pequeño cursillo interior para seguir leyendo sin hacer caso de ellas, ya que la mayoría son irrelevantes para el mejor seguimiento del texto.

De Yasushi Inoue  (1907 – 1991) sólo cuatro cosas: Isleño de Asahikawa (isla de Hokkaidō) y de religión católica (lo digo como curiosidad, nada más) y licenciado en Filosofía y Estética (Kioto, 1936); practicante de judo y amante de la poesía (su tesis: La obra de Paul Valéry). En 1949 publica La escopeta de caza, novela (en la que sí se notan fuertemente sus creencias católicas) por la que recibe el prestigioso premio Akutagawa, autor del que ya he escrito alguna cosa en este blog (pero tendría que mirar dónde: Mi memoria) y en la que describe asuntos humanos como el amor, el pecado y -sobre todo- la soledad.

Cultiva posteriormente varios géneros, pero sobre todo es conocido por sus relatos datados en el Japón lejano -como por ejemplo El lobo azul, o Los caminos del desierto, pero de estos dos textos nada sé aparte del título y su asunto-  en cuyo entorno se sitúa la novela  Furinkazan  (cuya grafía en japonés es la que aparece a la izquierda, abajo) implica en sus cuatro sílabas el lema de toda la novela:  Sé rápido como el viento; sé silencioso como el bosque; sé fiero como el fuego; sé sereno como la montaña, y es la historia de Yamamoto Kansuke, ronin a los treinta años, siendo ronin el samurái vagabundo y, por las razones que fueran, sin señor a quien servir, de manera que estaban, por decirlo así, sus servicios en venta

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Y desde este estado de ronin asciende hasta general y consejero preferido del shogun del clan Takeda, el señor Sengoku Takeda Shinguen, uno de los diversos jefes que se disputaban en el siglo XVI el territorio japonés.

Parece, al principio Kansuke un oportunista más de cuantos pululan en todas las épocas y lugares, pero sólo es una impresión. Y falsa, porque, a medida que la narración avanza, el personaje se humaniza de una forma que llega a lo heroico, a lo grandioso. Porque ésta es una novela épica, al estilo de las mejores novelas épicas de nuestro siglo XII y XIII, lo cual me hace recordar ahora Lancelot ou le Chevalier de la charrette (1176) o Cligès (1174), más realista,  ambas escritas por Chrétien de Troyes, y dedicada la primera a Marie de Champagne, hija de mi admirada Leonor de Aquitania. Y sí, algunos rasgos de Lancelot tiene Kansuke -aunque no el de su belleza asunto del que hablaré en breve- como la constitución voluntaria de chevalier servant de su señora y caballerescamente amada, la dama Yoshinobu y la entrega total a su señor Takeda al uso perfecto de las leyes y usos feudales del Japón de comienzos de la era Tembun. 

Y sí, hemos de hablar del aspecto físico de nuestro Kansuke, pero mejor dejo que lo haga el mismo Inoue: Era de estatura tan baja que no alcanzaba los cinco shakus (1 shaku= 30,30 cm), oscuro de piel, ciego de un ojo y, para colmo, cojo. Había perdido el dedo corazón de la mano derecha y se acercaba los cincuenta. Nada que ver con Lancelot ni con ningún caballero al uso o héroe de cualquier época, sin embargo encerraba un gran secreto en su corazón, la determinación de servir a su señor y el amor de su dama, además de una gran inteligencia, en este caso para la guerra y una determinación feroz. Todo esto complementado con una ignorancia supina en cuanto a las mujeres y sus asuntos. En realidad, la novela, a pesar de llevar en el título al clan Takeda, de lo que trata de de este insólito personaje, real por otra parte, puesto que ésta acaba bruscamente con su muerte (no despanzurro el texto: es cosa sabida desde el principio, no deseo el odio de mis dos o quizá tres lectores).

En fin, como aquí se trata de los sentimientos que esta novela (magnífica) ha despertado en mí, he de decir que desde la sorpresa al conocer mejor a Kansuke hasta la tranquila determinación de su señor Takeda, la capacidad de amor/odio de una de sus concubinas -la dama de Kansuke- , Yoshinobu, la entrega total de la otra concubina, Okotohime y otros detalles como la capacidad tan encubierta, tan secreta, de sentimiento de Kansuke por el hijo de Yoshinobu, Katsuyori, el cual es como un hijo platónico, me han hecho descubrir un mundo arcano que contrasta muy vivamente con esa peregrina concepción nuestra de hacer del físico y el comportamiento conceptos parejos (tradición que supongo viene desde las hipótesis del anatomista francés Paul Brocca (1824 – 1880) fundador de las escuelas fisonomistas en la literatura del siglo XIX, por gracia de las cuales una persona mal encarada era, sin duda, un asesino. O algo peor.

Por otra parte, mi amor por la épica medieval me ha hecho disfrutar vivamente de este texto magnífico, de sus combates y batallas, tan bien descritos, añadiendo, además, a nuestras novelas de caballería descripciones preciosistas de paisajes o de detalles de paisajes (como la invernal flor del melocotón, por ejemplo) de las cuales adolecen nuestros textos épicos.

En fin, para no alargarme más, que luego hay que corregir y se me hace muy cuesta arriba, sólo añadiré mi más efusiva recomendación de este libro no sólo a los amantes de la épica, sino también al lector o lectora (creo que siempre ha habido más lectoras que lectores) que disfrute de un buen texto y de un casi perfecto sentido de la estética.

 

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