UNA NAVIDAD MINIMALISTA CON MURCOF-LULLY

Murkof. Festival Sonar. 2007

Fernando Corona es el nombre de quién firma Murcof desde el año 2001, un músico nacido en 1970 en Tijuana y que vive algún tiempo en Ensenada de donde pasa a Barcelona. Participa en agrupaciones de música electrónica, jazz y rock, funda con otros músicos el Colectivo Nortec de la Baja California y, desde hace años enfoca su música hacia una suerte de minimalismo electrónico que basa en microsonidos solapados a la música instrumental clásica. Arvo Pärt o Henrik Górecki están en la música de Murcof junto con otros músicos del siglo XX residentes en lo que se llamó Europa del Este, en la época en que Alemania estaba felizmente dividida.

Entre Martes (2002) y La sangre iluminada (2009), justo antes de éste, publicó su álbum, The Versailles session (2008) del cual extraigo el tema Lully’s Turquerie.

¿Y a qué se refiere el término turquerie, o turquería (traducción mía de la cual me atengo a la crítica que sea)? Turquerie o, en inglés, Turkery, es como se denominaba a una moda orientalista en la Europa Ocidental desde el siglo XVI hasta el decimoctavo, un gusto por glosar o iterar aspectos de la cultura y arte turco, el asombroso exotismo del Imperio otomano que fue siempre una grave amenaza militar para Europa, sangrientas guerras (en una de las cuales muere Lord Byron, como correspondía a un romántico rico y desocupado) y conflictos que han llegado hasta nuestro tiempo. Este movimiento se reflejó en casi todas las manifestaciones artísticas, como pintura, literatura, música e, incluso, en la arquitectura o en la moda del vestido o de la decoración, pero aquí me atendré exclusivamente a la música, recordando de pasada obras como el tercer movimiento Alla turca de la sonata nº 11, Kv 331 de Mozart o la Marcha turca incidental en la obra de Beethoven Die ruinen von Athen, aunque originalmente aparece en sus Seis variaciones Opus 76, de la cual deriva The elephan never forgets, de Jean Jacques Perrey.

J. B. Lully

Pero la obra que traigo hoy está basada en la de Jean Baptiste Lully (1632-1687), Marche pour la Cérémonie des turcs (https://www.youtube.com/watch?v=ScyTHuKDCFc), tema que mucha gente recordará de la estupenda película de Alain Corneau Tous les matins du mond (1991) con música interpretada por Jordi Savall, y que Murcof titula, como he escrito más arriba Lully’s Turquerie, interpretada por un guión avanzado. En ella, Murcof parece que cambia la tonalidad sin hacerlo y mantiene el compás original e, incluso, aspectos conspicuos de la percusión solapando la intromisión de frases minimalistas hasta que es el minimalismo el que se sobrepone al original, acabando con una frase interpretada con sonido de quena que evita definitivamente el final armónico que parecía prometer.

Como siempre, no sé si apreciaréis este tipo de composición, a mí, me fascina; por eso la traigo: Claro.

 

LOS DÍAS ALCIÓNICOS

Los dioses son mala gente por naturaleza, esa es la verdad. Todos. A veces, algunos se ablandan y ceden algo en su cólera o cabreo o como se diga tratándose de dioses pero, en general, su comportamiento deja mucho que desear.

Eolo, por ejemplo tuvo una hija, Ἀλκυόνη o Alcíone, que enamorada casó con Κήυξ o Ceix, que era rey en Tesalia e hijo de Ἓσπερος, o sea Eósforo que quiere decir Hijo del Astro de la Mañana, es decir, Lucifer para los romanos, y precisamente hago esta pequeña elipsis para que veáis que de demonio bíblico, nada, que la Biblia sólo toma tradiciones previas y las tergiversa para su causa, claro que es lo que todas las religiones hacen: construírse unas encima de las anteriores. Bueno, Eolo tuvo pues una hija, Alcione que casó con Ceix y eran tan, tan felices ellos que se comparaban a Zeus y Hera (que de felices, nada, sobre todo a causa de la rijosidad de Zeus, todo el rato pensando en eso), pero a lo que se ve, como si fueran pequeñoburgueses, aparentaban formas y todo eso, así que no les hizo ni pizca de gracia que esos dos, Alcíone y Ceix se compararan con ellos en connubial felicidad.

«De eso, nada» Dijeron entrambos.

Y sin más historias los transformaron en aves, a ella en alción y a él en somormujo (κήϋξ, cuyo es su nombre griego). Y diréis, «coño, ya podrían haberlos transformado a los dos en una pareja de alciones», pues no, y eso que estaría estupendo: un matrimonio perfecto pues los alciones ni siquiera tiene dimorfismo sexual. Pues tampoco: «Que se jodan» dijeron al unísono Hera y Zeus.

Un inciso casi necesario: El alción (Alcedo atthis) es el ave que llamamos Martín pescador, ese rapidísimo pájaro que caza bajo la superficie de las aguas para desgracia de inocentes pececillos y que a pesar de sus llamativos colores es tan difícil de ver si no está uno muy atento.

Pareja de alciones en cópula. Foto de Bohuš Číčel 

Y es que rara es la vez que no salen al aire sin su presa: veloces cazadores.

Ovidio, que interpretaba a su modo los mitos nos dejó otra versión más piadosa pero menos atractiva desde un punto de vista literario o trágico: Ceix, en un arrebato, decidió embarcar para consultar al oráculo con tan mala fortuna que, en una tremenda tempestad, la nave fue a pique y él murió ahogado, devolviendo el mar a su debido tiempo el cuerpo a las olas y a la orilla donde, no se sabe cómo, lo encontró su esposa que por allí pasaba; desesperada -pues grande era su amor- se transformó en ave de lastimera voz y los dioses, afirma Ovidio, le concedieron al marido muerto una metamorfosis semejante, de ahí -claro- el ausente dimorfismo del que hablaba yo antes. Ovidio, como un personaje que yo me sé de la novela El éxtasis y la pasión (Octavio Colis, 2017), no daba puntada sin hilo.

A lo que iba, que ya lo estaba olvidando, resulta -y vuelvo a la primera versión, la trágica- en que Alcíone, ya en su actual metamorfosis, hacía sus nidos al borde del mar y siendo que las olas tempestuosas lo destruían implacables, el mismo Zeus que la castigó por ser feliz con su pareja, se apiadó de ella y ordenó a los vientos calmasen durante los siete días que anteceden y los otros siete que suceden al solsticio de invierno, período en que Alcíone empolla sus huevos cosa que no sucede en realidad (ponen en abril y en junio y nunca en los acantilados marinos), pero esto sólo es un cuento que trata de la crueldad de los dioses o quizá de su peculiar sentido del humor.

Esos son los llamados Días del alción, los días en que no se conocen tempestades, los Días alciónicos, que es de lo que trataba este pequeño relato dedicado con cariño a Isabel García-Rodeja, que fue la que me inició en este mundo pajarero que tantos momentos dichosos me va dejando.

Con lo que no contaba Zeus es que los humanos, de algunas de cuyas hembras tanto gustaba, iban a cambiar no sólo la superficie de la tierra sino su clima; quizá esos días del alción ya no existan y hayan sustituidos por días de clima azaroso que quién sabe, pero yo, en el conjuro del relato, espero que al menos algún año sucedan. Fijaos bien: Han de empezar el 14  y acabar el 31

¡Huid, oh vientos, a las tierras donde el alción no caza.

HOY, UN CANON

O, es decir, eso que te sale si escribes (en el pentagrama, claro) una melodía cualquiera sea para voz sea para instrumento, esperas unos compases, no muchos que hay que ir a comer algún día, y haces una segunda voz que repite exactamente lo que decía la primera (que sigue a lo suyo); he dicho exactamente, pero… puede cambiarse la tonalidad o algún otro aspecto de la melodía. Puedes liarte a escribir otras voces, es decir, vuelves a esperar los mismos compases (dos, digamos) y hacer una tercera voz y luego una cuarta o las que quieras; a la primera voz la llamas, dux que es la propuesta (o antecedente)y a las demás comes, es decir, respuestas o consecuentes. Ah, esta composición, el canon, ha de ser contrapuntística (contrapunto: esos simpáticos rellenos que hacen del resultado un continuo agradable y coherente).
Bueno, hay varias clases de canon, desde el canon al unísono (o tantas octavas por encima o por debajo del dux sin cambiar e intervalo, el canon perpetuus que sería como un replicante de sí mismo, así, a perpetuidad o hasta que los intérpretes se rindan, el espiral, como el que aparece en BWV 1079 (Ofrenda musical) que es un bucle en el cual el comes (consecuente: recordad) ha modulado en una tonalidad diferente a la del dux, el que lleva el curioso nombre de Cancrizante (de cancer, cangrejo) que resulta en una partitura especular, es decir simétrica, y unos cuantos más, hasta incluso uno dedicado a la libre interpretación (ad libitum), como en el jazz, en el cual el compositor no escribe ni tema canónico ni consecuentes, sino sólo el tema principal, siendo el intérprete el que decide desfase e intervalo.
En fin, el entretenido mundo del canon que, a pesar de lo que se suele creer (quiero suponer que a causa del nombre: canon, canónico) es muy muy variado.
Y ahora, naturalmente, esperaréis oh aplicadas lectoras que deje aquí, previa vana presentación el hiperfamoso y requeteabusado canon de Pachelbel, con lo cual quedará todo el mundo perfectamente satisfecho: ¡Por fin, una que sepamos todas!
Pues no, lo que voy a traer es una cochinadita del tipo ese de Salzburgo, W. A. Mozart, que era bastante travieso y a veces gustaba escribir cacaculopis, y va a ser el K. 231/382c en si bemol mayor, es decir una tonalidad alegre, incluso jocosa que va estupendamente con el título: Leck mich im Arsch, o sea, en castellano: Lámeme el culo, que es un canon a seis, como una ronda, escrito seguramente para sus amigotes de jarana.
Este canon fue censurado, cisurado y descontextualizado después de la muerte del autor y al cual, el editor le calzó este título tan decente como falso: Laßt froh uns sein, o sea, «¡Alegrémonos!», que ya me diréis. Pero en 1991 (creo), apareció en la biblioteca de Harvard (sección música) el original firmado por Mozart (sin duda alguna) junto con otros nueve y entre los cuales había otro con otro título parecido pero más explícito: Leck mir den Arsch fein recht schön sauber (Lámeme el culo hasta dejarlo limpio«), K. 232d. Picarón Mozart.
Y es que mucha gente piensa que los intelectuales y artistas se chupaban el dedo, claro que para dejar de creer estas bobadas no hay como leer las cartas que Emilia Pardo Bazán escribía a su amigo Benito P. Galdós en el arrebato de su pasión (Sí, yo me acuesto contigo, y me acostaré siempre, y, si es para algo execrable, bien, muy bien, sabe a gloria, y si no, también muy bien», o «Te aplastaré… Te morderé un carrillito, o tu hocico ilustre… Te como un pedazo de mejilla y una guía del bigote… Te daré a besar mi escultural geta gallega… Búscame casita, niño… Te beso un millón de veces el pelo, los ojos, la boca y el pescuezo.)
En fin, poco más que decir, tan sólo dejar constancia de la letra (traducida) del canon que nos ocupa y el enlace que he encontrado en YouTube antes afortunadamente de que el artículo 13 de la ley europea sobre derechos de autor no lo mande todo a tomarporsaco:
 
¡Lámeme el culo!
¡Alegrémonos!
¡Quejarse es inútil!
Murmullar, mascullar es inútil,
es la verdadera miseria de la vida,
mascullar es inútil,
¡murmurar, mascullar es inútil, inútil!
¡Así que estemos contentos y felices, alegres!
(humilde texto que dedico a una amiga que, por alguna circunstancia de la vida, estaba entristecida: ojalá la diosa Bastet haya de nuevo iluminado sus ojos)